Tres Cantos

martes, 20 de agosto de 2013

EL CORTIJO




Los caciques y señoritos del siglo XIX compraban los votos por un duro de plata. Los hombres del pueblo lo aceptaban con una sonrisa de agradecimiento. Las relaciones entre los que tenían el poder y los que no lo tenían eras claras. Para sobrevivir había que someterse. El cacique decidía quién trabajaba o no en sus tierras. Los que no eran serviles eran condenados al hambre. El cortijero mandaba en su cortijo y decidía qué se hacía y quién lo hacía.

 El caciquismo pervive en el siglo XXI, han cambiado las formas, pero su perversión y su capacidad corruptora persisten en algunas parcelas de la realidad, una de ellas las relaciones laborales. Adopta formas nuevas, pero igual de descaradas y humillantes. El cacique, en vez de pagar con duros de plata, promete trabajo, prebendas, mejoras o aumentos, a cambio de servilismo, delaciones o simplemente condicionamiento de padefo. El coste no lo paga el cacique sino los contribuyentes, gestiona el presupuesto público como si fuera su propio patrimonio y asigna los gastos no en función de la eficacia de la inversión o de las necesidades reales sino sufragando lo que sea necesario para mantenerse en el poder. Las promesas implican  muy poco riesgo ya que se cumplirán con dudosa precisión. Cuando llegue el momento siempre podrá establecer normas específicas ad hoc que limitarán el reparto.

 La desmoralización, en el sentido de pérdida de valores éticos o morales, se genera tanto en el cacique como en los beneficiados, en el siglo XIX la miseria justificaba el servilismo, reproduciendo el sistema y colaborando en el mantenimiento del status quo, en la perpetuación de la miseria de sus conciudadanos y la suya propia, pero podemos comprender que en la escala de valores de aquellos seres humanos, su dignidad como ciudadanos y su deseo de liberación ocupara un lugar muy bajo.

En el siglo XXI vuelve la miseria económica pero sobre todo existe pobreza cultural, el cacique se aprovecha de los trabajadores políticamente incultos e incapaces de elaborar  un razonamiento propio y crítico hacia la autoridad y donde la educación falla o se encargan de que falle.

En el siglo XIX los peones  se juntaban en la plaza del pueblo al amanecer, los capataces los seleccionaban, los afortunados obtendrían ese día algo para alimentar a sus familias, los rechazados, a pasar hambre. Naturalmente, los seleccionados eran sumisos, serviles y obedientes.

En el siglo XXI existía una garantía de seguridad social  y la legislación laboral permitía una relación entre trabajadores y patronos, nunca en condiciones de igualdad pero se habían sentado las bases. También esto está desapareciendo y el cacique ahora sí está en su posición deseada.

Hay un mercado laboral donde los vicios del caciquismo perviven al desnudo: los trabajadores políticos. Son profesionales, o no, que han decidido por clientelismo dedicar su vida a la gestión pública, pero no en los sistemas administrativos, como funcionarios, sino en puestos políticos, hay varios puestos para ellos: directores, asesores, gestores, consejeros…en instituciones y empresas públicas. Los peones y jornaleros del siglo XXI , en vez de acudir a la plaza del pueblo, acuden a la casa del cacique o a la casa que se ha apropiado. Los caciques y capataces les observan y les designarán para los puestos de trabajo en función de la actitud (no aptitud) que demuestren. El dirigente-cacique-capataz es lógico y racional en sus decisiones, quiere que los puestos sean ocupados no sólo por personas fieles y sumisas, sino que además no pidan explicaciones que siempre son molestas y requieren tiempo. El jornalero debe callar y obedecer. En el proceso de selección darwinista sobrevive el mejor adaptado, el más adaptado a la dirección, el que jamás protesta ni cuestiona las decisiones. No hay nada más silencioso que un burócrata ascendiendo.

Una vez que el sumiso y silencioso jornalero ha alcanzado un puesto de poder, ¿cómo actuará?, no importa lo honesto que sea: el sistema le obligará a comportarse como un cacique. Mi pueblo es mi cortijo y aquí se hace lo que yo digo.

En nuestro siglo el caciquismo sobrevive y prospera. En parte se debe a tradiciones culturales, pero en gran parte a las diferencias, lagunas y contradicciones del sistema legal. Aunque es un problema ético, la solución no está en sustituir unos dirigentes por otros más honestos, que también, sino en cambiar el sistema que selecciona a los dirigentes y cambiar los sistemas de control democrático.


La lucha contra la corrupción y el caciquismo es una lucha sin final pero se pueden conseguir victorias y avances importantes. La gestión de los  recursos públicos siempre se prestará a su uso en función de intereses privados, pero los ciudadanos somos y seremos cada día más exigentes. Lo que podemos aceptar como un mal menor unos años podemos llegar a considerarlo insoportable con el paso del tiempo.


0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Patrón De Sastre no suscribe necesariamente los comentarios alojados en su Blog, que son responsabilidad exclusiva del usuario que los remite,aunque velará en todo momento para que haya un uso adecuado del mismo.